jueves, 31 de enero de 2019

El efecto mariposa

Volví del laburo en la madrugada. Entré al edificio que ahora es mi casa y en el hall me encontró una mariposa.
Revoloteó unos segundos sobre mi cabeza y luego pareció descansar en el suelo. A mi, que vivo más en lo posible que en lo real, las mariposas me despiertan una terrenalidad como pocos seres o situaciones logran hacerlo. Decidí sacarla a la calle y me dispuse a perseguirla; durante varios minutos ensayé cuencos con mis manos para retenerla. En medio tu voz lejana, un audio había quedado hablándome desde los auriculares que colgaban ahora sobre mi pecho. Pude atraparla y mientras me regocijaba sintiendo las cosquillas que provocaban sus patas en mi mano suavemente cerrada, logré abrir la puerta que daba al exterior. En esa dificultosa maniobra ella logró zafar de su encierro y se posó en mi dedo índice. Así salimos a la calle y nos quedamos un rato bajo el farol que ilumina la entrada, mirándonos. Le pregunté si estaba bien, me pareció que decía que sí. Entonces caminé hasta el edificio de al lado, el de ladrillos rojos y canteros de flores. Te gustarán las flores. Nos acercamos a ellas y la mariposa no se movió de mi índice. Mientras, vos habías dejado de hablar y yo pensaba en lo frágil de la vida, lo finita y etérea y en lo que me tranquiliza pensar que nada es eterno en este mundo. Ni siquiera nosotres. Ella voló nuevamente hacia el lado de mi casa, supuse que buscaba algo más.